«La vida transcurre así: naces, mueres, y entre lo uno y lo otro tienes dolor de tripa. Vivir consiste en tener dolor de tripa: a los quince años, dolor de tripa porque estás enamorada; a los veinticinco años, porque te angustia el porvenir; a los treinta y cinco años, porque bebes demasiado; a los cuarenta y cinco, porque trabajas demasiado; a los cincuenta y cinco, porque ya no estás enamorada; a los sesenta y cinco, porque te angustia el pasado; a los setenta y cinco, porque tienes un cáncer generalizado. En los intervalos no habrás hecho otra cosa que obedecer a tus padres, más tarde a los profesores, luego a tus jefes, después a tu marido y finalmente a los médicos. A veces sospechabas que te tomaban el pelo, pero ahora es demasiado tarde, y un día uno de ellos te comunica que vas a morir y entonces, bajo la lluvia, te meten en una caja de madera, bajo la tierra del cementerio de Bagneux. ¿Crees que te librarás de todo esto? Mejor para ti. Cuando leas esto, yo ya estaré muerta. Tú vivirás y yo no. ¿No resulta conmovedor? Pasearás, beberás, comerás, follarás, podrás elegir mientras que yo no haré nada de todo eso, estaré en otro lugar, en un sitio que conozco tan poco como vosotros pero que, cuando leas estas líneas, ya conoceré. La muerte nos separa. No es triste, y aunque yo sea la muerta y tú el que lea esta carta, estamos en lados opuestos de un muro infranqueable y que, sin embargo, nos permite hablar. Vivir y escuchar a un cadáver que te habla: qué práctico es Internet.
Tu fantasma favorita,
Sophie.»