Para entonces yo ya estaba acostumbrada a las peculiaridades de los elfos. Sin apartar la vista de su manga izquierda, seguí dando pinceladas al amarillo lustroso de la seda y recordé los tiempos en que su conducta me desconcertaba. Sus gestos eran distintos a los de los humanos: suaves, precisos, caracterizados por una rigidez particular, jamás fuera de lugar