Los hombres, mal que bien, encontraban en la variada sucesión de los negocios, en la lucha de los partidos comunales, en la cafetería o en el club social, por la noche, algo para distraerse de alguna manera. Pero las mujeres, en las cuales desde la infancia se había reprimido cualquier instinto de vanidad, casadas sin amor, después de haberse ocupado siempre (como sirvientas) de las mismas tareas domésticas, languidecían míseramente con un niño en el regazo o con un rosario en la mano, a la espera de que el hombre, el amo y señor, volviera a casa.