Abre y cierra el libro un par de veces. La casa está en silencio y no sabe dónde está la familia. Le gustaría leer, pero se le hace raro entregarse a la lectura en un lugar desconocido, siente que tendría que inspeccionar cada esquina de la casa antes de poder apartar los ojos de las fotos, de las notas sujetas con imanes de la nevera, de las habitaciones de los demás, que aguardan en la planta de arriba y que todavía no ha visto. «Venga», piensa, «venga, lee».