Laura Baeza

n los lugarres donde he estado hacen que la gente se enferme y desaparrezca; una de ellas ya fue a mi orquesta a ofrecer sus servicios.

Nora imaginaba que su pérdida se había llevado la capacidad de descanso, alguna partícula que le permitía reunir energía suficiente durante las horas de sueño y al otro día estar con ánimo. Pensaba en todas las cosas que se derrumban de un momento a otro.

pero habiendo escuchado toda la versión de su vida supe que era la única manera de que Triana no terminaría igual que su madre, tejiendo más historias de aparecidos para justificar su manera excéntrica de vivir

Si lo que la motivaba eran el recuerdo y la tristeza, debía ir al mar, porque en el río solo podía esperar un despellejamiento.

Mi mamá y yo estamos condenadas a oír las vidas de los demás, no la nuestra

Mi mamá y yo estamos condenadas a oír las vidas de los demás, no la nuestra. De la otra casa solo nos trajimos el piano. Fue una suerte que a estos fantasmas no les gusta la música, o tendríamos aquí a todo el regimiento.

Una semana fue suficiente para darme cuenta de que ya no pertenecía a casa de mis padres, ni a la ciudad, ya no tenía amigos ahí a quienes visitar ni nada más productivo por hacer en ese infierno bochornoso

En aquellos encuentros me interesaba poco escucharme, quería oírla, saber qué sucedía con los trozos de vida que me mostraba.

Desde que tiene ataques de histeria con más frecuencia, a mí también me molestan los fantasmas. Una noche estaba durmiendo y alguno de ellos me tapó la nariz, solo por jugar. Creí que me ahogaría.

Nada de lo poco que sabía de ella representaba un nexo que por casualidad pudiera suscitar un reencuentro. El vínculo con Triana se terminaría en cuanto saliera de ahí.