hay gente que entra en relaciones que se mantienen por inercia, por rutina, por miedo a la soledad. Que viven de cuatro acciones diarias mal aprendidas, de una seguridad mal entendida, que más que viven mueren poco a poco, cena tras cena, mañana tras mañana. Y mientras están en su lecho de muerte luchan por evitar el desgarre total de la soga que, burdamente, les mantenía atados, llenos de aburrimiento inconsciente y algo de asco escondido.