Apuesto que está arrepentidísimo de haberme hecho caso y de encontrarse aquí, en el parque México, andando en una bicicleta demasiado chica. Después de la regañada anterior, cree (y con razón) que lo desollarán vivo por salir sin permiso otra vez. Además, qué manera de gastar el dinero, piensa, alquilando unas bicicletas (la mía, veintiséis). Pero qué pito me importa lo que piense Ricardo; la culpa es suya, siempre, siempre de los siempres será culpa suya. El querer pelarse de su casa, el no atreverse, el cometer sistemáticas desobediencias para que, inevitablemente, sus papás lo regañen, lo pongan como camote, lo castiguen, no le den lana, lo insulten, le hagan carota, sus hermanas se burlen. Eternamente querrá largarse de su casa y siempre será culpa suya no irse y querer hacerlo. Es el Culpable Número Uno de la Canalla Faz de la Apestosa Tierra.
Ricardo parecía, con el entrecejo fruncido, ver sólo la rueda delantera y el suelo más inmediato.