Grandes diferencias había entre Chucho Lopera y su admirador. Él no tomaba: yo sí. Él esperaba: yo no. Tenía su sobriedad la paciencia de aguardar un muchacho un día, una semana, un mes, un año, hasta que al fin, así fuera en el lindero de la vejez, a todos los lograba. Por veinte barrios de Medellín se extendían sus cultivos de bellezas. Así, claro, podía darse el lujo de esperar: hoy cosechaba lo que sembró ayer. Yo en cambio, ajeno a la agricultura y sus paciencias, me he pasado la vida entera dándole bofetones a la realidad. Con ese pensar alicorado de que es mucho lo que se tarda en cambiar de disco el traganíquel, y que a nadie se puede aguardar más de una copa, lo que dura su canción… ¡Equivocadamente hasta el umbral de las sombras