El ginecólogo tenía un aspecto de burgués acomodado, ufano y seguro de sí mismo. Odié el examen a que me sometió tras un biombo y el tono paternalista con que se dirigió después a mi madre y a mí.
–Esta joven debería ser más casta y usted más autoritaria. ¿No puede conseguir que ella...?
–No –contestó mi madre secamente.
El médico intentó argumentar, pero mi madre le cortó de inmediato la palabra.
–Lo que opine usted nos trae completamente sin cuidado a mi hija y a mí. No hemos venido a que nos dé clases de moral. Hemos venido a que nos extienda una receta para que pueda tomar la píldora. –Sacó el talonario y una pluma–. Le pago, de modo que haga lo que le pido y, por favor, ahórrese los comentarios.
En la calle, deslizó el brazo debajo del mío, riéndose conmigo del episodio con el ginecólogo.