Aunque el asentamiento en Palestina presentaba dificultades económicas, la principal razón para la falta de emigrantes era mucho más banal: durante la primera mitad del siglo xx, la mayoría de los judíos del mundo y su progenie –ya fueran ultraortodoxos, liberales o reformistas, ya fueran bundistas socialdemócratas, socialistas o anarquistas– no consideraban que Palestina fuera su tierra. En contraste con el mito incrustado en la Declaración de Independencia del Estado de Israel, ellos no lucharon «en todas las sucesivas generaciones para restablecerse en su antigua patria». Ni siquiera la consideraron un lugar apropiado para «regresar» cuando se les presentó esa opción en una dorada bandeja colonial protestante.
En última instancia, fueron los crueles y horribles golpes soportados por los judíos de Europa, y la decisión de las naciones «ilustradas» de cerrar sus fronteras a los que recibían esos golpes, lo que provocó el establecimiento del Estado de Israel.
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