Por las calles sólo se veía el tránsito, ahora precavido, ya no temerario, de los bomberos, los vehículos rojos circulando de aquí para allá con sus sirenas, y todo el mundo enjaulado tras el cristal de la ventana, como si guardara turno, ahora vienen aquí, ahora vienen aquí. La espera se convertía en una enfermedad agotadora, galopante, que aferraba la garganta y apretaba, apretaba.