Y entonces, aquella noche en Cambridge, por fin comprendí lo que había recreado sin saberlo, la mina antipersona olvidada hacía años y que de pronto yo había pisado. Gabriel era el segundo hombre que condenaba a Alicia a morir; sacar a relucir aquel primer trauma fue más de lo que ella pudo soportar, y por eso recogió el arma y completó la tan esperada venganza contra su padre, en la persona de su marido. Como yo sospechaba, el asesinato tenía unos orígenes más antiguos y más profundos que mis actos.