Jessa Crispin

Si cuando me declaro feminista debo dejar claro que no estoy enfadada y que no represento ninguna amenaza, entonces, desde luego, el feminismo no es para mí.
Yo sí estoy enfadada. Yo sí represento una amenaza

La reivindicación es una labor complicada. Buscar el valor que tienen las características de nuestro grupo implica tener que enfrentarnos a lo que hay de oscuro en esas características.

Siempre es más fácil sentir que valemos si menospreciamos el valor de otro. Es más fácil decir lo que no somos que hacer un recuento veraz de nuestras cualidades

Durante siglos, el sistema patriarcal ha definido la felicidad como la capacidad de tener a otro sujeto a tu voluntad. Alguien que se hiciese cargo de toda tu mierda para que no tuvieras que reparar en su existencia.

Lo que debería haber aquí es un debate sobre la forma en que las mujeres más desfavorecidas que nosotras (o las mujeres de otros países y culturas) viven oprimidas por esas mismas cosas que consideramos empoderadoras.

Así se gestiona la discrepancia en el mundo feminista: una opinión contraria o una discusión es en realidad un ataque. Una actitud que nace de la creencia de que nuestra verdad es la única verdad, de que nuestras definiciones de trauma y opresión no necesita ser examinadas ni cuestionadas.

La indignación es una vía de escape

muy oportuna: nos evita el gran esfuerzo de autoexaminarnos.

Nuestra presencia en las listas ajenas debería ayudarnos a distinguir entre un comportamiento desconsiderado y un comportamiento malicioso o perverso.

Si el feminismo no es otra cosa que beneficio personal disfrazado de progreso político, entonces no es para mí.