Una sacudida caliente puso en ebullición a Ennis, que salió al descansillo y cerró la puerta tras de sí. Jack subía los escalones de dos en dos. Se agarraron por los hombros y se abrazaron con todas sus fuerzas, cortándose mutuamente la respiración mientras decían «hijo de puta, hijo de puta», y luego, con la misma facilidad con que la llave adecuada hace girar la guarda de una cerradura, sus bocas se juntaron, y cómo, los dentarrones de Jack hicieron brotar sangre, su sombrero cayó al suelo, se raspaban con sus incipientes barbas, la saliva se acumulaba.