Lourdes Pinel

Todos los domingos nos juntábamos con los otros en el Cementerio de la Colina a esperar a los que vuelven de la muerte. Desde allí arriba se ve el bosque. La hierba se alza como una bestia verde

De noche ya nada importa, ni siquiera la cicatriz de mi cintura, que cada vez que rozas cuando bailo sobre ti

El forastero aún tumbado en la cama estrecha se ríe a carcajadas histéricas, que sobresaltan a mi hijo en la habitación de al lado que rompe a llorar otra vez. ¿Por qué me preguntas eso?, le increpo, pero él se encoge de hombros