Mi señora se fue empequeñeciendo, poco a poco ¡cada vez más!, hasta convertirse en un hilo de plata dentro de los ojos del Conde. Cuando aún no había penetrado del todo, parecía una lágrima blanca dentro de una ranura. ¿Cuántas mujeres podrían habitar ese cuerpo?, me pregunté. Y me pareció oír gritos femeninos en las erres de sus ronquidos.
Hui