Alexis Hall

Su mano en la mía es como una pequeña bola de calidez cuando todo el mundo alrededor está tan frío

Y de repente se volvió mucho más llevadero. Lo suficientemente soportable que casi podía verme aguantando a un hombre que sonreía así y me compraba unos sándwiches de anguila increíbles, aunque no fuera necesario.

Que era peor que no gustarle

—¿Te sientes bien?

—Genial. ¿Por qué?

—No recuerdo la última vez que dijiste algo bueno sobre, bueno, cualquier cosa.

Había construido toda mi vida en torno a no querer cosas que no podía tener y, sí, eso me había dejado solo y amargado en un piso desordenado, pero todavía me preocupaba que la alternativa fuera peor.

Es más fácil alejar a las personas que verlas irse.

—Deberías romper conmigo.

—Ya lo intenté y no funcionó

Y, de repente, mi trabajo ya no me parecía tan nefasto.

Y mi piso ya no me parecía tan imposible.

Y ya no me sentía tan vacío.

La imposible dulzura de que alguien te bese por ser quien eres, por ti mismo, mientras todo lo demás —la presión de dos cuerpos, las respiraciones agitadas, la embestida de las lenguas— se lo lleva el viento como a las hojas secas en otoño.

Yo creía que cuando uno está enamorado se supone que se encuentra a salvo, ¿no? Se supone que puede hacer cosas y probar cosas y cometer errores, pero no pasa nada porque cada uno sabe qué es para el otro.

además de eso, Oliver me hizo levantarme a las siete. Lo cual, no exagero, es lo peor que le puede suceder a un ser humano.