Luciano Barona, apoyado contra el marco de la puerta, las contemplaba con las manos en los bolsillos y un gesto de incredulidad. Quizá algún día llegara a entenderlas pero, hoy por hoy, el clan que formaban esas cuatro mujeres seguía siendo para él un misterio. Se adoraban y un rato después se increpaban con el mismo ardor fogoso, se peleaban como gatas callejeras y a la vez se defendían unas a otras apasionadamente, se espetaban entre ellas las verdades del barquero pero serían capaces de sacarle los ojos a quien osara poner en entredicho a la madre o a cualquiera de las tres.