A los hombres, sin embargo, no. Los hombres rara vez lloraban, y no por emotividad, en cualquier caso. A ellos, era el dolor lo que les hacía llorar como magdalenas, el dolor les abría a tope la espita. Las mujeres eran perfectamente capaces de arreglárselas con el dolor, pero no con las emociones. Los hombres se las arreglaban con las emociones, pero no con el dolor. Las diferencias eran sutiles a veces, pero ahí estaban.