El lenguaje también es común, pero, en los mismos procesos insidiosos de encontrar la manera de contar, el lenguaje se atribuye como propiedad al narrador, como si la singularidad de una boca determinada fuera la singularidad de haber nacido, o haber sentido dolor, haber estado asustado o haber necesitado cuidados, haber pretendido interpretar el ininterpretable sueño de desayunarse cada día con lo peor.