ade: joyas que resplandecían como la luz del sol, especias que evocaban sabores de tierras que Lan jamás había visto y telas que destellaban como el mismísimo cielo nocturno. El corazón de Haak’gong latía con un sonido que recordaba bastante a un tintineo de monedas. La sangre de la ciudad era el flujo del comercio, y sus huesos no eran más que los quioscos de madera de los mercados. Era un lugar para supervivientes.