Pilar Tejera

Si bien ciertos destinos del norte de África en aquella época, ya eran recorridos por algunos amantes de la aventura, la mayoría de estos viajes se llevaban a cabo en tours organizados por compañías especializadas, que les proveían de transporte, servicios, campamentos, y todas las comodidades que destinos como Argelia y Túnez podían ofrecer.

Solo se conserva una fotografía de Lady Warren, pues en el viaje de regreso a Inglaterra después de recorrer, encajada en un sidecar, los desiertos de Túnez y Argelia, perdió una de sus bolsas, precisamente, aquella en la que iban los negativos de las fotografías que tomaron durante su periplo.

Ella y su acompañante hicieron uso de estos servicios para visitar algunas zonas del desierto argelino durante unos días, pero el resto del viaje lo llevaron a cabo en completa soledad, durmiendo y comiendo donde podían, afrontando accidentes, roturas del vehículo, y como cabe esperar, perdiéndose en numerosas ocasiones.

Ella y su acompañante hicieron uso de estos servicios para visitar algunas zonas del desierto argelino durante unos días, pero el resto del viaje lo llevaron a cabo en completa soledad, durmiendo y comiendo donde podían, afrontando accidentes, roturas del vehículo, y como cabe esperar, perdiéndose en numerosas ocasiones.

«En el exiguo espacio del sidecar, deambulan a su antojo varias cosas sueltas. Libros, cámaras, gafas de sol, abrigos de piel, abrigos para el polvo, impermeables y, finalmente, yo. En el hueco detrás del asiento llevamos teteras, estufas, galletas, chocolate y considerables provisiones de té. Más tarde nos damos cuenta de que necesitaremos cargar también un bidón de gasolina. ¡Aún tenemos sitio, y resulta ser muy cómodo! Mi rostro debe mostrar la misma expresión de terror que la de un cordero camino al matadero».

«Nos aproximamos a Michelet en una feroz carrera contra noche. Tras nuestra primera experiencia por caminos serpenteantes y sembrados de baches, tengo la sensación de que se avecina una muerte trágica. A medida que ascendemos, las curvas nos acechan en ángulos cada vez más cerrados y con pendientes más pronunciadas. ¡No quiero morir!, ¡mi vida ha sido muy breve!».

A lo largo de su narración, Lady Warren deja al lector auténticos retratos humanos descritos con maestría:

«Cuando al fin logramos alcanzar la posada, soñando con la bendición del aseo, el propietario nos recibe con un trato frío como el hielo, dejando claro con su mirada su desprecio hacia nosotros por ser motoristas. Es ese tipo de hombres de facciones castigadas por la vida. Su lenguaje corporal lo dice todo. Trasiega su mirada escrutando cada detalle, buscando un pretexto para escupirnos de nuevo su animadversión. Sin embargo, transcurridos los primeros momentos, su hostilidad inicial se suaviza al comprender que a la postre, pagaremos igual de bien a pesar de nuestra apariencia de pordioseros y la naturaleza plebeya de nuestro medio de transporte».

Pero el diario también está salpicado de sensaciones memorables: «

Se encuentran con todo tipo de personajes, algunos solícitos que les presta su ayuda, otros en cambio, movidos solo por el interés y la codicia: Así describe ella la experiencia con uno de estos últimos: