Valentina Scerbani

Algunas se dirigieron hacia el centro de la ciudad, los chavales desaparecieron por las callejuelas llenas de polvo, hacia el monumento a Lenin. «Apesta a comunismo y a soledad», dijo finalmente Maria, y la Otra respondió tan solo «Ajá».

Oía solo retazos de palabras, frases rotas, y algunos vocablos eran ininteligibles. Las tres hablaban en susurros y pocas veces elevaban el tono de voz. Empecé a darme golpes en el pecho y a respirar por la nariz, cálmate, cálmate.

Esto no es como Odesa, decía mi madre a veces, en Odesa está el Mar Negro. Mi madre me hablaba casi cada día sobre los lugares y las ciudades con mar adonde íbamos a trasladarnos, porque una ciudad sin mar es una casa sin ventanas.