Lo que la movió hacia la profundización del catolicismo (que le habían presentado en familia y en sociedad como «una pintoresca ruina») fue el deseo de oponerse a toda desvalorización de la libertad, que producía un «cristianismo de sermón» y que aparecía como «uno de los motivos determinantes del conflicto entre lo espiritual y lo temporal característico de los países protestantes». En cambio, la Iglesia católica le pareció el lugar en que la fe entraba en la vida para lo que es la vida, para sostenerla, para llevar a cabo el mejor destino posible ya en el más acá, exaltando la libertad y la responsabilidad del hombre integral.