Lencho, mi pobre Lencho, cómo pudimos pensar los dos que el tezontle podía servirnos de refugio, si el tezontle, tezontle brotado de los siglos está habituado a sorber el chorro sangrante, sagrado, de los corazones de los hombres y de los niños gracias al hábil cuchillo de ónix de los chamanes. Míralos tú ahora, ahora puedes mirarlos tú, también pueden mirarlos Romancito y Marcela, todo se ha reducido a una pirámide de corazones apilados para regocijo de vencedores.