No digo que no sea cosa del feminismo exigir a los hombres que mejoren; que sean, de hecho, mejores hombres. Pero un feminismo que valga la pena debe encontrar formas de hacerlo que no consistan en reimplantar de manera mecánica el antiguo método de crimen y castigo, con sus satisfacciones pasajeras y sus costes predecibles. Un feminismo que valga la pena necesita, y no por primera vez, que las mujeres sean mejores –no solo más justas, sino más imaginativas– de lo que lo han sido los hombres.