El gorila vestía bata de médico. Se la quité. La indumentaria y los amuletos que ocultaba me sorprendieron, despejando mis dudas. Era un acólito de la Regla del Palo del Monte. Casi un adolescente, blanco y rubio. El primero tan joven (más que yo) con que me topaba. Era difícil creer que aquel mocoso fuera un devoto del diabólico Lugombe, pero sus marcas y tatuajes delataban.