Ezequiel Martínez Llorente

Hasta «Rock Around the Clock», la música de orientación juvenil se ceñía básicamente a la experiencia auditiva. Uno encendía la radio, metía monedas en el jukebox o colocaba la aguja en el vinilo y dejaba volar la imaginación una vez la música comenzaba. Con el estreno de la película se pudo asociar esos sonidos a unas imágenes, y en un efecto no buscado, la rebelión contra los profesores y otras figuras de autoridad quedó enaltecida románticamente.

Ray Charles introdujo el jazz y el R&B, Little Willie John y Little Jimmy Scott el falsete, Little Richard insufló la electrizante energía de las iglesias pentecostales, Sam Cooke incorporó la seducción de una voz muy urbana, Aretha Franklin la potencia del góspel y James Brown una fuerza demoledora y los berridos llenos de emoción de la iglesia baptista de Elko, en Carolina del Sur.

Con ese método, podíamos cambiar de claves sin que hubiera que reordenar toda la música.

En esos tiempos de radio y singles, el arranque era trascendental.

tengo la certeza de que no pretendía hacer literatura a partir de cómo me sentía. Esa no es una estrategia muy buena cuando escribes una letra

Hasta hoy, nunca me he sentado para componer expresamente canciones. Son cosas que emergen durante el proceso en el que me escucho al piano. Me limito a tocar, y las canciones digamos que ocurren.

La cadencia y la melodía me llegaron lo primero, y luego al tararear la armonía en voz alta, así… (canta para mostrarlo): me vino la inspiración para la letra.

Hay que dejar que la canción viva en ti durante un tiempo. En caso contrario, la melodía o la armonía con las que te quedes resultarán algo predecibles.

Como cantautor, por instinto siempre voy con la antena puesta escuchando y mirando formas curiosas con las que la gente formula las cosas en bares, restaurantes y vallas publicitarias.

Este libro se ocupa de las canciones que han resistido