Poseían una ley propia, que era como una bestia de diez cuernos, devoradora de hombres. ¿Por dónde golpearlos? ¿Cómo subyugarlos? No temían a la muerte. Y quien no teme a la muerte —el centurión había reflexionado sobre esto a menudo, allí en Oriente—, quien no teme a la muerte es inmortal.