Es el carácter misterioso de los avances políticos que se deciden arriba, en el lejano Centro; la atmósfera de beatitud, los comentarios en voz baja cuando se habla de personalidades realmente eminentes; la extensión inconmensurable de Eurasia, donde naciones enteras pueden desaparecer sin dejar rastro; un ejército de muchos millones; la eficacia del terror; la precisión de las disputas (los que realmente gobiernan son filósofos, evidentemente, no en el sentido de la filosofía tradicional, sino de la dialéctica); la seguridad de apoderarse de todo el globo terrestre; grandes masas de partidarios en todos los continentes; la sutileza de las mentiras siempre cultivadas de una semilla de verdad; el desprecio hacia los adversarios sin formación filosófica y hacia su incapacidad burguesa (así pues, determinada por el origen) para pensar (las clases condenadas a ser aniquiladas desaparecen por las leyes de la historia porque se ven afectadas por un bloqueo de la razón); constantes y sistemáticos desplazamientos de las fronteras del Imperio hacia Occidente; fondos para la investigación científica que no se ven en ningún otro sitio; trabajos preparativos para gobernar todos los pueblos del mundo.