Tiene veinte años —prosiguió el señor Porritt—. Es huérfana. La hija de la hermana de mi mujer. A veces no sé muy bien cómo manejarla.
—Los veinte son una edad difícil.
—No es exactamente difícil. Es más bien… —El señor Porritt frunció el ceño. Caviló, reflexionó, tanteando como había hecho tantas veces en busca de la raíz del problema. Cluny Brown era afable, voluntariosa, tan sensata como la mayoría de las muchachas…
—¿Es guapa?
—Corriente y moliente.
—¿Atractiva?