en breve se habrían embarcado en una buena conversación, enjundiosa, masculina, pero en ese momento se abrió la puerta y Addie irrumpió en la habitación. Era cuatro años menor que su marido y cinco menor que el señor Porritt, pero nadie lo habría adivinado porque no aprobaba que uno quisiera parecer joven. Aprobaba el tener un aspecto cuidado, limpio y sufrido, y eso lo conseguía con creces