Veníamos de alguna parte, como todo. Cuando se da la transición del espíritu a la carne, las puertas tienen que cerrarse. Es un favor. Sería cruel no cerrarlas. Quizá los dioses se olvidaron; a veces tienen ese tipo de despistes. No es que tengan mala intención —o, al menos, no suelen tenerla—. Pero se trata de dioses, al fin y al cabo, y les trae sin cuidado lo que le suceda a la carne, sobre todo porque es una cosa lentísima y aburrida, burda y extraña. No le prestan demasiada atención, salvo cuando toca recolectarla, organizarla y ponerle alma.