Me alimenté bien, pero de otro modo. Hacia la edad de diez años aprendí a comer carne ‘para ser como todos’, pero seguí rechazando todo cadáver de animal salvaje y toda criatura alada. Luego, cansada de esta guerra, acepté la carne de ave y el pescado. Cuarenta años más tarde, indignada ante la matanza de animales, volví al camino que había seguido en la infancia”14