Videncia, sensibilidad, magia, magia, magia. No solo era bueno haciéndola, sino que la anhelaba, la deseaba, la amaba de un modo que casi lo abrumaba de gratitud. Hasta entonces no estaba seguro de saber amar de verdad. Gansey y él se habían peleado por esa razón, tiempo atrás; Gansey, disgustado, le había pedido que dejara de calificarlo de privilegio, porque el amor no podía ser un privilegio. Pero Gansey siempre había tenido amor a su alcance, siempre había sido capaz de amar. Cuando Adam descubrió por fin ese sentimiento en su interior, supo aún con mayor certeza que estaba en lo cierto: el amor era un privilegio. Y ahora que gozaba de él, se negaba a renunciar. Quería recordar una y otra vez la sensación que producía amar.