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Richelle Mead

  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    Me asombraba que alguien tan mortífero pudiese ser tan hermoso.
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    —. A lo largo de la historia, siempre se ha llamado «problemática» a la gente con ideas nuevas, a quienes piensan de un modo distinto e intentan cambiar las cosas
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    —Yo crecí con ello, por eso a mí no parece tan extraño
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    Dimitri, como siempre, era como un bálsamo para mí. Daba igual lo que hubiese pasado, siempre me sentía más segura en su presencia. Y eso que ni siquiera él había sido capaz de detener lo ocurrido en el aeropuerto. Cuando me miraba como lo estaba haciendo en ese instante, con tanta ternura y preocupación, despertaba en mi interior una serie de sensaciones encontradas. A una parte de mí le encantaba que se preocupase tanto. La otra deseaba ser fuerte para él y no quería causarle preocupaciones.
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    La muerte, dar muerte, era algo horrible… pero me gustó lo que acababa de hacer.
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    Era Dimitri. Siempre Dimitri. Dimitri, el hombre al que amaba. Dimitri, el strigoi al que quería salvar. Dimitri, el monstruo al que con toda probabilidad tendría que matar.
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    El amor que habíamos compartido siempre ardería en mi interior, por mucho que yo no dejara de repetirme que tenía que pasar página, por mucho que el mundo pensase que había pasado página. Él estaba siempre conmigo, siempre en mi mente, siempre haciéndome dudar de mí misma.
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    Entré en «modo de combate», los sentidos concentrados en instintos básicos: lucha, esquiva, mata.
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    Tengo dieciocho años. Soy una adulta y no necesito que me ayude. Soy capaz de amenazar a mis novios yo solita
  • Ambar Encaladahas quoted2 years ago
    Conforme Dimitri se fue girando lentamente, resultó obvio que él opinaba lo mismo. Su expresión se transformó ante nuestros ojos, y pasó de la desolación a la ilusión.

    Él no fue el único que se llenó de ilusión. Mi mente podía estar enlazada con la de Lissa, pero, en el otro extremo de la corte, mi cuerpo casi se queda sin respiración. El fugaz vistazo que de él había conseguido la noche antes ya había sido increíble, pero aquella… aquella imagen completa suya que ahora miraba a los ojos de Lissa —a los míos— resultaba impresionante. Una maravilla. Un regalo. Un milagro.
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