Fue inmediatamente antes de bajar las escaleras de la estación de metro Église-Auteuil. ¿Por qué en aquel sitio? No lo sé y da lo mismo. Me quedé un momento inmóvil y le apreté el brazo. Estábamos allí, juntos, en la misma plaza, desde toda la eternidad, y aquel paseo por Auteuil ya lo habíamos dado en miles y miles de vidas anteriores. No me hacía falta mirar el reloj. Sabía que era mediodía.