un novelista está más dotado para lo escrito que para lo oral. Está acostumbrado a callarse y, si quiere imbuirse de un ambiente, tiene que integrarse en la muchedumbre. Escucha las conversaciones como quien no quiere la cosa, y si interviene, es siempre para hacer unas cuantas preguntas discretas con la finalidad de entender mejor a las mujeres y a los hombres que lo rodean.