Pilar Bellver

Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, ha publicado: De las cosas que aprendí con el cedazo Nº 1 de mi abuelo (Premio Clarín de Cuentos de 1981); La tercera vez (Premio Nacional de Novela Breve J. L. Castillo-Puche, 1997); Veinticuatro veces (Lumen, 2000), su primera novela larga; La vendedora de tornillos o El tratado de las almas impuras (Elipsis Ediciones, 2006); Vecinas, relato incluido en Un deseo propio, antología de escritoras españolas contemporáneas (Bruguera, 2009); A todos nos matan antes de morir (Algaida, 2010), y A Virginia le gustaba Vita, relato incluido en la antología Ábreme con cuidado (Dos Bigotes, 2015), que se convirtió en la novela A Virginia le gustaba Vita (Dos Bigotes, 2016). V y V Violación y Venganza (Dos Bigotes, 2017) es su última novela.
years of life: 1961 present

Quotes

Pamelahas quoted2 years ago
Armas son un cañón y una lanza y armas son tus dos magníficas piernas, esas dos hayas sobre las que te pones una falta y caminas desatando remolinos de hojas a tu alrededor. Armas son también, cuando me los lanzas por escrito, tus juegos de palabras como flechas envenenadas de excitación que mis lentos escudos no consiguen detener. Cartas y tus ojos. Cartas y tus caderas. Telegramas y tus pechos. Armas. Hasta hace poco conseguí mantener a salvo la parte central de mi cerebro. Mi cerebro es mi único polvorín, mi único arsenal. Guardaba mi cerebro repleto de pólvora con la que defender mi muralla de tus asedios. Pero una noche, esa noche de la primera vez, toda mi pólvora secretamente guardada se humedeció con los fluidos de tus piernas y ya nada arderá en mí que no enciendas tú.
Pamelahas quoted2 years ago
Me lo reproché temiéndome que tal vez había congelado así tus ganas de besarme.
Pamelahas quoted2 years ago
Y luego… ¿Luego? Pues que tus manos recorrieron mis telas; que las mías notaron tus sedas, que tus manos desenterraron mi piel de entre la ropa, que mis manos te despojaron de lujos y de interiores falsos hasta que mis ojos vieron aparecer tus pechos sin montura, tus pezones sin escudos y tu verdadera respiración. Me desnudaste y te desnudé. Y mi cuerpo se enroló en el tuyo para una travesía de salpicaduras de mar y sudor de olas, y así estuvimos yendo a toda vela a ninguna parte, resbalando de un punto cardinal al otro hasta caer rendidas. Si tú fueras el barco, Vita, no querría mares en calma yendo en ti; querría más bien mil veces pasarme la vida cruzando el Cabo de Hornos, de ida, de vuelta, de ida, de vuelta… y no entraría jamás a un puerto con tal de no bajarme nunca de tu bañada y palpitante cubierta[62].

También recuerdo que entré, porque me invitaste, a ver cómo eras por dentro en la más vedada de tus oscuridades; y palpé con mi mano para poder orientarme a ciegas entre tus paredes que se iban cerrando sobre mí a mi paso, como si quisieras atraparme allí para siempre, ocultándome el camino de vuelta; y así encontré la cueva en la que las diosas guardan sus tarros de miel para el invierno. Una miel salada la de las diosas, por cierto. Pero a ellas les gusta más que la dulce. Pura jalea real la que almacenan en ti.

Y tú descendiste también hasta lo más remoto de mí misma, territorio de simas y riscos, y desde allí gritaste un par de veces o tres para ver si mis oquedades tenían eco; y lo tienen, porque el eco te respondió desde lo alto de mí con gritos idénticos a los tuyos, más ahogados quizá, pero multiplicados y más continuos. No quedó rincón de mi cuerpo al que se pudiera ir y tú no fueras, no quedó ninguna curva del tuyo en la que no derrapara mi lengua…

¡cómo se enrolla en metáforas para decir que tuvieron sexo! Virginia, te amo.

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