Historia trata el tiempo como una cadena de sucesos que los humanos ponemos en marcha con nuestro libre albedrío; su primera lección es que no existe una causa primera porque, como decían mis maestras de la escuela pública, aprendemos Historia para aprender a cambiarla. La teología, sin embargo, trata el tiempo como una cadena de eventos que nos son impuestos por la voluntad divina, y es Dios quien hace que ocurran las cosas por razones suyas propias, quien introduce alteraciones y modificaciones en el tejido de la existencia, no al azar sino de acuerdo con un plan o un patrón místico que no se puede interpretar humanamente salvo como algo milagroso, o bien como una serie de castigos que nos hemos ganado con nuestros pecados.