Ella surgió de detrás del marco de la puerta como un espectro melancólico, como una aparición lánguida nacida de las páginas de Otra vuelta de tuerca. Más que caminar se dejó caer hasta el centro de la clase con andares desfallecidos y desgarbados. Las mangas de su jersey caían más allá de sus manos, su cara parecía querer esconderse detrás del flequillo y su boca no mostraba atisbo alguno ni de sonrisa ni de especial nerviosismo. Todo en ella rezumaba distancia y tristeza, no estaba a gusto allí, entre nosotros, pero al menos a mí me dio la impresión de que tampoco sería capaz de sentirse a gusto en ningún otro sitio.