Al mismo tiempo, el procónsul de África, Anilino, recibió del soberano instrucciones en que se advierte expresamente «de los graves peligros para el Estado» que pueden resultar si se descuida «el máximo respeto al poder altísimo de la divinidad celestial», por lo cual estima imprescindible que aquellos «que se consagran al servicio de dicha santa religión, a los que suelen llamar clérigos, queden exentos a perpetuidad de toda clase de tributos y servicios al Estado».