Según Tertuliano, tan temible como adorarlos o adquirirlos era el fabricarlos, actividad que, con el adulterio y la prostitución, era uno de los máximos pecados mortales. Porque, como observaban astutamente los cristianos, a los dioses los martillan, los tallan, los lijan y los encolan, «los queman en hornos de alfarero, los pulen con la muela y la lima, los cortan con la sierra, el berbiquí y el hacha, los alisan con el formón. ¿No es locura todo eso?»