a noción de la virginidad perpetua de María, su ausencia de pecado, su identidad como Madre de Dios, su poder intercesor y su asunción corporal a los cielos no son ideas nuevas, sino antiguas, muy antiguas. Es más: estas creencias estaban enormemente extendidas, y las defendían cristianos que vivían en Tierra Santa, en Siria, en Egipto, en Grecia, en Asia Menor, en Roma y en todas partes. En resumen, fueron indispensables para la fe cristiana primitiva.[7]