Alan Moore, para referirse a la manera en que el Necronomicon impacta sobre quienes lo han leído o siquiera oído hablar de él, denominaba a dicha interacción con el libro infernal de Abdul Alhazred como un «contagio». Hace un tiempo, Neal Stephenson también jugó con la idea de un «virus del lenguaje» en su famosa novela Snowcrash, y el propio William Burroughs sería otra referencia clásica («el lenguaje es un virus del espacio exterior») que encontraría su versión cíber en las apropiaciones lovecraftianas del CCRU y el «virus-K» de Nick Land. La cuestión de la transmisión por contagio, por tanto, resulta interesante por cuanto constituye un ejemplo de cómo ciertas entidades alien no solamente amenazan la seguridad humana desde un afuera imprevisible o inespeculable, sino que, de hecho, atraviesan las barreras y saltan de una especie a otra (del mosquito o el roedor al humano); de un lenguaje a otro (de la literatura «de quiosco» a la «alta literatura»); de un medio a otro (del folletín o revista pulp al hipertexto virtual); y, en última instancia, de un código a otro (de lo estrictamente literario a lo epistemológico, de lo biológico a lo artificial, etc.), desdibujando, por supuesto, dichas barreras en el proceso y generando nuevos paradigmas.