Camila Valenzuela León

El miedo me lo quitó todo
menos la memoria.

Hay muchas cosas que los humanos hemos hecho por miles de años, pero eso no significa que sea normal o natural.
—¿Como qué?
—Esclavizar. Torturar. Matar

Al principio, fue el cansancio que no me dejaba salir de la cama. Podía estar acostada durante días, semanas. Es parte del duelo

—Cuando esto termine, vamos a ir unos días a tomar solcito a la playa —

me sacaron sangre y no la devolvieron, nunca lo harán.

—Hace tiempo que no conversábamos.
(¿Alguna vez, realmente, lo habíamos hecho? Veo más cruces de palabras, intentos de diálogos. Esfuerzo. Este es un momento. No puedo creer lo que quiero confesar, no puedo creer que tenga ganas de decir esto en voz alta):
—Sé que todos nos vamos a morir de algo, solo quisiera que no me matara el lobo.
(Por favor, no cambies el tema, no te vayas).

(Imaginé.
¿Podríamos…?
¿Podría
en una dimensión paralela
a cientos de miles de millones de años luz
no existir esta historia?
Contaría una nueva.
¿Y si
ya no midiera mi vida
según la muerte
del Sol?
Otra estrella nacería.
¿Y si
ya no midiera mi vida
según la presencia
del lobo?
Dejaríamos de ser
esto que somos ahora.
¿Podríamos…?
¿Podría
dejar de ser?
Habría de quemar al lobo
Hacerlo arder.
Hasta las cenizas).

Fui ciega de amor frente a las desigualdades de mi papá o preferí quedarme en esa zona de comodidad? Es difícil mirar la propia sombra, darme cuenta de todas las conductas que aprendí y que ahora necesito desarmar para vivir según mis propias ideas.

—No sé. Todo el mundo prefiere las mariposas. ¿Quién les toma fotos a las polillas?

—Los que vivimos en la oscuridad.

(O los que necesitan tanto la luz como para quemarse. Como para morir por ella).

Solo una idea queda en el aire: “Agustín era un misterio. A tu papá no lo conoció nadie, mucho menos yo. Nunca cedió. Su vida entera fue una pelea constante contra cualquiera que pensara diferente a él. Y la casa del lago es una prueba de ello”.