Si algo tienen en común todos los poetas verdaderamente importantes es que, más que proponer respuestas para las grandes preguntas, nos dejan sumergidos en nuevos interrogantes, enfangados en una incertidumbre definitiva pero extrañamente reconfortados, acompañados, comprendidos. No hay nada que resolver, parecen decir, no hay nada que descifrar, y la única solución posible a los tres o cuatro enigmas esenciales está en la propia constatación del misterio, de su profundidad, de su inmensidad, de su dramática belleza.