Me figuro a mí mismo sentado, leproso, sobre las vasijas quebradas y las ortigas, al pie de un muro carcomido por el sol. —Más tarde, siendo reitre, [1] dando vivaques bajo las noches de Alemania.
¡Ah! Y todavía más, bailando en el Aquelarre con una calavera roja con las viejas y los niños.
No puedo recordar más que esta tierra y el cristianismo. Jamás me aburriría de imaginarme en ese pasado. Pero siempre solo, sin familia; ¿qué lengua hablaba entonces?