Sila vio muchas cosas claras en aquel amanecer: Craso era tan ambicioso como petulante y no sabía distinguir una victoria por mérito propio de una victoria por mérito compartido, y eso, a la larga, sería su tumba, en algún momento, en algún lugar; supo que Dolabela nunca se llevaría bien con Craso; y, por fin, su última premonición en aquel amanecer: ahora él, Sila, iba a conseguir todo lo que deseara.