Cuando mi marido y yo nos divorciamos, no pensé ni por un instante que pudiéramos quedar como «amigos».
Por supuesto, él seguía siendo educado y atento, incluso generoso, como era su costumbre y su deber. Pero yo no fui ni educada ni generosa, me llevé hasta el piano, sí, como tiene que ser. Anhelaba venganza, me habría gustado llevarme todo el piso, hasta las cortinas, todo. Me convertí en su enemiga en el momento del divorcio y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte.